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De la gasolina y otros demonios, Por Iván Colmenares

Iván Colmenares


Iván Colmenares.
Vivir en Venezuela para la inmensa mayoría nacional es verdaderamente un calvario. No estoy metiendo a la burbuja caraqueña porque ese es otro mundo, donde los servicios públicos, por lo menos en las áreas más vulnerables o en las más críticas, entre ellas, la golpeadísima clase media, fallan muy, pero muy poco. Incluso, dicen que la bolsa de comida, con buenos productos, llega cada quince días a las populosas barriadas caraqueñas, para evitar cualquier estallido, para que no se repita aquello que el régimen celebra como suyo, el tristemente recordado Caracazo.

El tema de la gasolina, si a esa vaina que nos venden se puede llamar así, es un caos. Si ya está deteriorado el mercado automotor, el proceso de destrucción de los vehículos es demasiado acelerado. El régimen, que destruyó la gallina de los huevos de oro, primero importa un combustible de bajísimo octanaje proveniente de Irán, muy poco adecuado a la decadente flota automotriz. Ahora, con iraníes en El Palito pareciera que con los elementos que reparan la refinería, mezclan para que rinda el combustible que consumimos.

Lo que fuese la refinería más grande, importante y productiva del mundo, Amuay, desde aquel incendio voraz provocado indudablemente, cuya Comisión designada por la Asamblea Nacional al efecto, cuyo ultimátum letal pronunciara Chávez, cuando dijo que “el show debe continuar”, nunca ha sido la misma. De saboteo en saboteo, consecuencia de los enfrentamientos entre las mafias del régimen, para ver quién se queda, aunque sea con el esqueleto, anuncia recuperaciones que se materializan en ese combustible que hoy destruye pilas, bombas, inyectores, en fin, los motores automovilísticos. Quién sabe que gasolina usan las camionetotas de los jerarcas del “proceso”, en cualquier instancia municipal, regional y nacional. Lo que sí sabemos es que esa PDVSA que fue orgullo de la democracia venezolana, recuperada, enaltecida y preservada por los presidentes de la mal llamada cuarta república, ha sido cuna de unas riquezas inconmensurables que se pasean por el mundo o cuyos cerebros, a pesar de ser señalados, andan libremente por el país, y entran y salen como Pedro por su casa. La corrupción ha destruido el mejor patrimonio nacional, y ellos no se cansan de mentir, responsabilizando a las sanciones. Basta mirar a su proveedor de gasolina. Irán tiene más de 30 años con sanciones y nunca ha descuidado su fuente fundamental de ingresos y sostén de los conflictos permanentes que cataliza el antiguo imperio persa.

Otro demonio con el que convivimos los venezolanos es el suministro de energía eléctrica. Vamos de mal en peor. En pleno invierno, eso nunca se había visto en Venezuela hasta que llegó esta maldición revolucionaria, esta esperanza que se convirtió en estafa, como en Cuba, Nicaragua y en otros tantos, modelos fracasados, que se tengan racionamientos tan drásticos. Lo digo por Los Próceres en Guanare, donde vivo al igual que casi 18 mil personas más, que consume el 30 por ciento de la oferta eléctrica para la capital de Portuguesa. En mayo, los paros eran de tres horas. En junio fueron cuatro, dos o tres veces por semana. Este mes de julio, en los últimos dos racionamientos nos metieron cinco horas, sin ninguna explicación. Y eso es en Guanare, cuya capacidad de protesta fue anulada completamente, porque ni siquiera el quejido se escucha. Por lo menos, antes los postes hablaban con la impotencia popular que los usaba para que se oyera el lamento colectivo. Pero hay pueblos, cuyas interrupciones llegan hasta doce horas. Incluso, algunos me hablan de días.

Una de las más grandes hidroeléctricas del mundo en su momento fue destruida en revolución, protagonista del mayor saqueo hecho a un país, que ni los romanos en su esplendor hicieron con las culturas europeas, asiáticas y africanas. Nos dábamos el tupé de venderle electricidad a Colombia, Brasil, a Trinidad-Tobago y algunas islas caribeñas. Hoy son vapores, recuerdos vagos de una Venezuela que estaba a la cabeza de un desarrollo permanente y de ser faro democrático en el mundo. Hasta que llegó el Comandante y mandó a parar, comenzando el camino del cangrejo, hasta llegar a dimensiones que jamás creíamos que íbamos a pisar. Todavía Maduro tiene el coraje de afirmar que “el odio de un grupo no podrá detenernos”. Aunque la esperanza de cambio renació en Venezuela y nada ni nadie hará que retrocedamos, a menos que la cúpula democrática, se regodee en los egos, lo que viene es bueno para el país.

Mejor dejo la letanía hasta aquí. Porque estos desahogos inútiles son como voces en el desierto. Nadie escucha.

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