EN UNA OPORTUNIDAD, un amigo me dijo que “los hombres no deben llorar”. Eso fue hace muchos años y ahora le digo ¡Que equivocado estás, amigo. Que equivocado estás!.

    EL PASADO CINCO DE JULIO, me levanté, como suelo hacerlo, a las seis de la mañana, y al revisar mis redes sociales, me tropecé con una noticia que penetró en lo más profundo de mí ser. Me quedé inerte en mi cama, a la espera de un desmentido, una esperanza fallida, pues de inmediato las mismas redes sociales se encargaron de confirmar la noticia.

    A ESA HORA, desperté a mi esposa y sacando fuerzas le dije: “Reinelda, se murió Lameda”. Nos abrazamos a llorar. Si, a llorar, solamente pronunciando una frase “No puede ser…No puede ser”.

  YA LA NOCHE ANTERIOR había llamado a nuestro común amigo, Moisés Reyes, de quien sabía estaba a su lado en el hospital de Acarigua, y me dijo, con la firmeza que le caracteriza, pero con la angustia de estos casos: “Grossman, se nos muere Héctor. Está muy mal. Debemos movilizarnos en busca de recursos”. Por supuesto, volví a llorar, mientras mi esposa elevaba miles de oraciones por la salvación de nuestro amigo. Llamé a Iván  Colmenares. Ya Moisés lo había llamado. Comenzaron a funcionar nuestros teléfonos en busca de la ayuda para el amigo que se debatía entre la vida y la muerte.

   AUNQUE LAS SAGRADAS ESCRITURAS nos enseñan “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha”, Moisés, Iván y yo decidimos que “eso” hay que decirlo. Y es que uno de los primeros en movilizarse ante la gravedad de Lameda fue el alcalde de Páez, Rafael Torrealba, quien mostró su talante de revolucionario de verdad/verdad y la nobleza de los seres humanos. Se olvidó de que democráticamente  Héctor Lameda fue uno de sus más duros adversarios y acérrimo crítico a su gestión y le tendió la mano en un intento de evitar un desenlace fatal de nuestro amigo. Demostró que es el alcalde de todos, pues abrió su corazón, así como lo ha abierto a sus camaradas y a otros que lo han necesitado, sin mirar colores políticos. ¡Gracias, Rafael, a nombre de todos los amigos de Héctor Lameda!

  ¿POR QUÉ NO DECIRLO? Y es  que el paisano Ministro, Wilmar Castro Soteldo, también se activó y vimos allí su mano amiga, como lo ha hecho siempre  con amigos y adversarios. Y hasta con gente que ni siquiera conoce personalmente. ¡Gracias, Ministro, gracias amigo!

  SI, MURIO, LAMEDA, el Día de la Independencia. Esa independencia sobre la cual luchamos juntos para reconquistarla. Lloré, si, lloré mucho, y lloré más, cuando esa misma mañana, se comunica conmigo Mariana Lerîn y me dice: ”Querido, Grossman, imposible no llorar”, y de seguidas escribió, entre otras  cosas: ”Me levanté con una profunda tristeza por Lameda. Durante años me brindó mucho cariño y respeto. Incluso, a pesar de ser de pensamientos distintos, nunca tuvo complejos de emitir elogios a mi gestión. Lo consideré un hombre noble”. Volví a llorar, porque Lameda fue eso. Un hombre noble. Y allí estaba en su entierro Mariana, estaba La Negra Antonia y estaba Cesar Pérez Vivas, acompañando a esa masiva manifestación de duelo colectivo

   IMPOSIBLE NO LLORAR..En mi angustia, revisaba mis redes y me tropecé con una foto que había colgado mi hija Linmar, donde estoy con Héctor Lameda, y un corto texto que decía “Murió Héctor Lameda, amigo de mi papá”. ¿Verdad que es imposible no llorar” 

  ACOMPAÑADO DE LOS ABOGADOS Nelson Marín y Carlos Ortega Parra, colegas y también compañeros de lucha de Héctor Lameda, me trasladé hasta Acarigua y ya en la funeraria abracé a la señora Omaira, madre de Lameda, quien entre sollozos, al verme, dijo en voz alta..” Grossman, el amigo de Héctor”,  mientras también yo le daba un abrazo a Dulce y Jacqueline, hermanas de Lameda. Por supuesto, allí, abrazada con la señora Omaira, volví a llorar.

  SOLO DIOS ME DIO FUERZAS para caminar unos metros hasta aquel frio ataúd. Allí estaba Lameda con sus ojos cerrados hasta la eternidad, pero mire sus labios también cerrados y durante varios minutos permanecí a la espera de que se abrieran para decirme: ”Grossman, te busco mañana muy temprano para que vamos a la misa en Papelón, pues hay que estar temprano en Guanarito, ya que Jacinta Ortega y nuestro equipo de Copei “Copeyanos cien por ciento” nos están esperando”.

   FRENTE A AQUEL FRIO ATAUD, lloré otra vez, a la espera de que Lameda me diera la orden de que “tenemos que ir a la misa en Chabasquen para regresar temprano, pues Emerio Briceño, junto a los copeyanos de Biscucuy nos está esperando”.

    VOLVI A LLORAR, pues  desde lejos, en esa funeraria, observé a Carlos Aranguren, a quien solo la muerte lo separó  de su amistad terrenal con Lameda, y quien en decenas de oportunidades, me llamaba y me decía:”Dile a Yorman que no vamos a ir a Guanare porque el carro de Héctor no lo han arreglado”. Volví a llorar. 

  “IMPOSIBLE NO LLORAR” , parafraseando a Mariana Lerîn, cuando le pedí a Carlos Aranguren que me llevase a conocer a Julieta Valentina, a esa “Julietica” como le decía Lameda a su hija de 17 años en las redes sociales con decenas de fotos “a la espera a finales de julio cuando Julietica se va a graduar de bachiller”. Allí estaba Julietica, rodeada de decenas de compañeras y compañeros de estudio, sin pronunciar palabras, pues trató de pronunciar algunas, pero le fue imposible ante la lluvia de lagrimas que salían, no de sus ojos, sino de su corazón, quizás diciéndole  que su padre no va a estar en lo que siempre soñó…Ver su hija graduada de bachiller.. Volví a llorar.

  ERAN LAS SEIS DE LA TARDE de  aquel inolvidable  5 de julio, cuando Nelson Marín me dice que tenemos que regresar a Guanare. Nada le dije, pero en verdad quería quedarme allí toda la noche en esa fría funeraria.  Si, quedarme allí, llorando.

   LLAME A UN RINCONCITO de la funeraria a Carlos Aranguren y le dije “Carlos, tenemos que llamar a Moisés,  a Yorman Tovar, a Jacinta Ortega, a Nelson Colmenares y a Emerio Briceño, entre otros, para analizar el futuro de Copeyanos ciento por ciento”. Carlos  con un nudo en la garganta me respondió: “Grossman,  Héctor ya no está. Y ahora nada va a ser igual” . Volví a llorar.

   SALI DE LA FUNERARIA, miré hacia atrás y vi aquel frio ataúd, y le dije a Héctor Lameda, como si me escuchara: “Gracias, Lameda, por haber sido mi amigo, gracias por haberme recordado tantas veces que hay que  creer en Dios, gracias Lameda por haberme permitido decirle al mundo que LOS  HOMBRES TAMBIEN LLORAN.

Por The EL News

Enrique López Alfonzo Director - Editor The EL News.com Premio Latinoamericano de Oro Periodista de Investigación 2021 ÷584245428120

Descubre más desde EL News de Venezuela

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo

Ir al contenido
Verified by ExactMetrics
Verificado por MonsterInsights